Madrid. Calle Alcalá. Ministerio de Educación. La funcionaria más amable que he visto en mi vida. Quizá haya influido el hecho de que ha vivido 11 años en Valencia, y mi presencia le ha traído recuerdos de juventud. Me cuenta, con los ojos brillantes (¿son lágrimas?), que lo que más echa de menos es la horchata de Daniel, en Alboraya. Me parece desproporcionado. La horchata está buena, pero no es como para ponerse a llorar. Algo más habrá.
Me informa de que no estoy en el negociado correcto, y que he de ir a otra dependencia del Ministerio. El sitio en cuestión se encuentra cerca, según ella, en el Paseo del Prado, al lado del Ministerio de Sanidad. Me despido, no sin antes invitarla a horchata si pasa algún día por Valencia. Se lo merece.
Un paseo de 2 kilómetros, y la comprobación de que mi destino se encuentra a más de 500 metros más allá del Ministerio de Sanidad, me hacen pensar que los términos "cerca" y "al lado" no tienen las mismas proporciones en Madrid y en Valencia. Y es normal.
Acabadas las gestiones, es momento de comer. Le dejo decidir a mi hermano, quien me ha acompañado y hecho de chofer. Como en el Vips la cola llega hasta la esquina, acabamos en un Burguer King. Mejor: pago yo. Al mirar la nota, le digo a mi hermano que se han equivocado. Yo pedí refresco mediano y me lo han cobrado súper. Me aclara que no, que aquí el pequeño se llama grande, el mediano súper y el grande gigante. Caigo en la cuenta de que en esta cultura hipertrófica de la hamburguesa no hay sitio para pequeñeces ni medianías. Todo es grande, súper, gigante, excesivo, desproporcionado. Así se levanta un imperio.
De vuelta a casa, entre cabezada y cabezada, pienso en cómo un concepto tan objetivo, tan sujeto a la matemática, como es la proporción, puede a veces resultar tan subjetivo, tan sujeto al punto de vista.
Valencia. Mi casa. Mi sofá. Cierro los ojos y recuerdo las perfectas proporciones de un cuerpo perfecto. Tranquilidad.