13 de abril de 2006

Extended play



Mauro y Adela, su mujer, fueron a comer al restaurante de Raúl. Mauro y Raúl trabajaron juntos hace un tiempo, pero últimamente sólo sabían el uno del otro por medio de amigos comunes. Raúl no conocía a Adela. Cuando la vio, le sorprendió lo poco atractiva que era. Más que fea era descuidada, físicamente descuidada, pero Raúl no dejó asomar ningún gesto que delatara sus pensamientos.

Durante la comida, Raúl atendió al matrimonio como en él es habitual con los amigos, es decir, con un puntito de deferencia con respecto al resto de clientes. Para la mayoría pasa desapercibido, pero los amigos se lo agradecemos.

A la hora del café, Raúl se sentó a compartir la sobremesa junto a Mauro y Adela. La cosa comenzó como suelen hacerlo este tipo de conversaciones, preguntándose el uno al otro sobre qué les deparaba el presente. Para Mauro el presente era una baja laboral. Raúl se interesó por la dolencia que le impedía trabajar, pero quien contestó fue Adela, diciendo que la enfermedad de Mauro era ella. Lo dijo de una manera neutra, sin ningún tipo de entonación que indicara broma o reproche. Raúl se lo tomó como el típico comentario de pareja que lleva años de matrimonio, pero la propia Adela le sacó de su error: ella era la enferma. Bueno, en realidad, más que enferma, desahuciada: hacía un año y una semana que los médicos le dijeron que le quedaba un año de vida. La muerte hacía una semana que había salido de cuentas, hacía una semana que ella ya no debería estar allí. Para "celebrarlo", Adela y Mauro estaban intentando disfrutar al máximo de ese tiempo extra que el cáncer les estaba regalando.

La explicación dejó a Raúl desconcertado, pero también le sirvió para entender que los medicamentos eran los causantes del desmejorado aspecto de Adela. La naturalidad con la que la pareja hablaba del tema le permitió a Raúl asimilar el mal trago por el que estaba pasando. De hecho la conversación continuó, tratando diversidad de temas y haciéndose cada vez más y más interesante. Raúl ya sabía de las bondades dialécticas de Mauro, pero Adela no tenía nada que envidiar a su marido.

Cuando llegó el momento de las despedidas, cuando todo había vuelto a la normalidad, Raúl estuvo a punto de decirlo: "Adiós, Adela, encantado de haberte conocido". De repente se dio cuenta de que una frase tan cotidiana e inocua como la que iba a pronunciar, acababa de adquirir esa tarde un poderoso y terrible sentido. Frenó a tiempo y buscó otro formulismo en el que la idea de pasado no estuviera tan explícita. No fue fácil. Las opciones que hacen referencia a la salud, "cuídate", "a mejorarse", etc., obviamente estaban descartadas. Al final optó por la sencillez: "Adela, un placer", mientras la besaba.

Aún le quedaba a Raúl un golpe por recibir, un golpe que le dejaría definitivamente noqueado esa tarde, y reflexivo unos cuantos días. Como no podía ser de otra forma, fue Adela quien se lo dio, y lo hizo con otra frase aparentemente tan inocua y cotidiana como la que Raúl estuvo a punto de pronunciar. Adela ya no tenía inhibiciones; llevaba tiempo diciendo lo que pensaba sin el mayor reparo, y tampoco lo tuvo ahora: "Adiós, Raúl. Nos ha encantado tu comida. Volveremos".

Adela tampoco tenía ya miedo a la muerte.

9 comentarios:

José Vicente dijo...

Real como la vida y la muerte. Muy triste y muy reconfortante. Sobre tdo cuando este sábado santo enterré a mi tía Pilar. ¡Joder, hay que disfrutar!

Vakulinchuk dijo...

Siento haberme puesto tan "solemne", pero cuando me contaron esta historia me impresionó tanto que decidí "inmortalizarla" un poquito.

Tampoco quiero que este blog se convierta ahora en un valle de lágrimas, eh? Estas cosas pasan y ya está.

La conclusión que a mí me queda es que quizá haya que replantearse la tabla de valores que cada uno nos hayamos marcado.

Sus dijo...

Duro relato...

En lo de la 'despedida' pensè yo tambièn cuando acabè de ver 'A Sangre Frìa', cuando se tiene que despedir de el (los) preso(s). Còmo despedirte de alguien a quien sabes que jamas volveras a ver?

Y si, replantearse y replantearse las cosas. Ya lo hablaba yo ayer...

Besitos, guapetòn ;)

Pulgarcito dijo...

Grande... Como es habitual en usted! Imagino que es una historia real. Si no, debería serla.

Conozco el caso de un hombre de mediana edad que recibió la fatal noticia: Le quedaban dos meses de vida. Como los protagonistas del relato, decidió sacar el máximo provecho a ese tiempo. Se lanzó a una vida de locura... Y ya lleva tres años.

La pregunta es: ¿Debemos esperar a conocer nuestra fecha de caducidad para empezar a disfrutar la vida?

Vakulinchuk dijo...

Si tiene a bien, alguna noche de estas, usted con su zumo y yo con mi cerveza, hablaremos de esto y muchas cosas más, señor glorio ;)

Pulgarcito dijo...

JAAAAAJAAAAAJAAAAAAAAAA!!!!!! Eso está hecho!!!!!

Vakulinchuk dijo...

Asín me gusta! Huir hacia adelante! Ele, ele, taquillera!

Bsotes!

Enttropia dijo...

Tengo una amiga que se empeña en repetirme lo afortunados que somos de tener salud, gente que nos quiere, un trabajo digno...; lo afortunados que somos de tener una vida por delante para saborear, para exprimir al máximo...

No le suelo hacer mucho caso, pero historias como esta me devuelven de golpe a la realidad y no puedo menos que recordar lo afortunados que somos.

Al menos tenemos futuro.

Clarita dijo...

Una historia increible,yo soy como la amiga de enttropia,intentando valorar todo lo que tenemos.