Cuando despertó, o por lo menos cuando tomó conciencia de que estaba despierto, se dio cuenta de que estaba a punto de entrar en una tienda; una tienda que estaba en una casa donde él no recordaba que nunca hubiera habido un comercio, en una calle del pueblo donde vivió su infancia. Entró de todas formas, como si no pudiera hacer otra cosa.
La dueña estaba detrás del mostrador hablando con una clienta, sin reparar en lo más mínimo en su nuevo cliente. Éste, cuando percibió que el negocio era un horno, pensó que lo mejor sería comprar pan. Pidió un panecillo de los que se podían ver al final del mostrador; así podría preparase un bocadillo y llevárselo al trabajo. La dueña le contestó airada que allí no tenía ningún tipo de pan, que para comprar pan fuera al horno que estaba al otro lado de la calle.
Aunque pudiera esperarse lo contrario, a él esa respuesta le pareció absolutamente lógica: allí, al otro lado de la calle, es donde recordaba que estaba el horno de toda la vida. Contento de comprobar que había algo que empezaba a encajar, salió de la casa decidido.
Ya en la calle, y mientras la puerta que iba cerrándose le permitía oír un comentario despectivo hacia su persona, proveniente de las dos mujeres, notó la sensación agradable de los rayos de sol de la tarde sobre su piel. La notó sobre su frente, sobre su cara, su pecho... sus... ¿piernas?... ¿sus testículos?!!!!!
Esa sensación agradable de los rayos del sol sobre todo su cuerpo, y el hecho de que los niños que iban al colegio en ese momento le señalaran con el dedo entre risas burlonas, fueron dos de las tres claves que le hicieron tener la total seguridad de que estaba desnudo. La tercera fue cuando bajó la mirada y lo comprobó con sus propios ojos.
En un primer momento tuvo el impulso de seguir con lo planeado, y comprar el bocadillo en el horno del otro lado de la calle. Pero las cada vez más sonoras risas de los niños, unidas a los insultos provenientes de algunas de las madres que les acompañaban, le hicieron cambiar de opinión.
Decidió entonces volver a casa o, mejor dicho, a la casa de su padre, ya que él hacía años que no vivía en el pueblo. Al principio intentó mantener la calma y andar tranquilamente, con total normalidad, como si no pasara nada, pero el aumento en la afluencia de niños y madres le hizo acelerar el paso, cada vez más, cada vez un poco más, hasta llegar a correr y correr con todas sus fuerzas. La extraña y embarazosa situación en la que se encontraba, el ridículo y la vergüenza que sentía, y el cansancio que empezaba a notar, hicieron que la sensación de agobio, de angustia, fuera también cada vez más y más grande mientras corría.
Por fin llegó a casa. La puerta estaba abierta y entró, aún corriendo, pero cuando apenas había subido el primer tramo de la escalera que conducía al primer piso, cayo derrumbado en el suelo. Allí, hecho un ovillo desnudo y sudoroso, comenzó a llorar. Fue en ese preciso momento cuando pensó que en su vida había algo que no estaba bien.